Una magistral reflexión de José Ignacio Ansorena Miner, poeta herrikoia
La poeta-profeta Gloria Fuertes escribió: «La normalidad es una locura controlada». Como para figurar en un libro de salmos laicos. Pero, ¿Cuándo pasó nuestra normalidad a ser una locura descontrolada?
En los últimos meses se ha acusado a la juventud de ser responsable de la extensión del Covid-19. Que son inconscientes, tienen comportamientos inapropiados, extienden el virus entre los mayores… Pero los jóvenes no hacen sino repetir lo aprendido de nosotros. Son unos recién llegados a la vida y los mapas y guías que les hemos dado para moverse en ella son desastrosos. Se da por normal que los chavales de quince años pasen la noche entera de juerga, que necesiten tomar alcohol u otras sustancias para pasarlo bien; que ese sea su principal objetivo, pasarlo bien; y que la mejor manera de conseguirlo sea el desfase.
Los jóvenes no son culpables de nada. Los pobrecillos sufren la pérdida de principios educativos (los de casa, dejemos a los profesores en paz) en nuestra sociedad decadente. Se han convertido en el principal objetivo de los vendedores, los hemos hinchado para que sean buenos compradores y les hemos convencido de que necesitan lo que no necesitan. Les hemos acortado la infancia y la adolescencia, como en las granjas avícolas de cría intensiva, para que los polluelos se conviertan rápidamente en compradores. Sorprende la cantidad de jóvenes que, a pesar de todo ello, siguen siendo trabajadores, juiciosos y solidarios.
También se ha acusado al gremio de hostelería de estar en el origen de la nueva extensión del virus. No es justo. Habría que hacer distingos, no son todos iguales. Algunas declaraciones de representantes del gremio han sido obscenas, porque les ha pasado como con la explotación de los bosques. Sabemos que, en nuestros territorios, conviene plantar hayas y robles. Pero su beneficio es de plazo largo. Algunos prefieren los pinos y eucaliptos, que traen ganancias más rápidamente. Cuando se producen grandes incendios, gritos de desesperación y todos hemos de pagar el desastre. La hostelería constituye un sector laboral dignísimo y necesario, que hace un gran servicio a la sociedad. Pero, entre nosotros, ha tenido un crecimiento desmesurado, a menudo despreciando los derechos de los vecinos, las rentas y los precios de los locales han subido hasta la estratosfera, muchos que deseaban fuertes beneficios en poco tiempo han invertido ahí… y el bosque se ha incendiado.
Ahora deberemos comenzar con tareas que, antes de comenzar la pandemia dejamos sin realizar. No ha sido solo responsabilidad de los políticos, aunque nos suele gustar creerlo así. Ni de los ciudadanos. Ha sido consecuencia del empuje de los insaciables y del silencio de los demás. Va a haber tarea para todos. Los políticos deberán dejar de coser vistosos petachos en trajes ajados y, con mirada tan amplia como profunda, habrán de buscar arquitectos apropiados para construir el futuro sobre bases sólidas. También los ciudadanos deberemos pensar bien a quién damos nuestra confianza: tan solo al constructor que ofrezca buenos pilares. A los charlatanes vociferantes, ni caso.
Es momento para encaminar las relaciones económicas entre personas por nuevos caminos. Hemos visto qué da de sí llevar la codicia al extremo. Que aumente de forma desmesurada el número de pobres y el de ricos. Los que ganan miles de millones de euros, nunca realmente merecidos, viven en el mismo mundo que los más pobres. Lo que hemos llamado Derecho, en nuestra sociedad se ha transformado en Torcido, porque se asienta en bases profundamente injustas. ¿Puede ser justo que una persona duerma en la suite de un hotel que cuesta 12.000 € por noche? Esta es una cuestión real. La locura descontrolada. Ese ha sido el modelo.
Pronto se celebrarán la regatas de la Concha. Con ese motivo, en el barrio viejo de San Sebastián suele celebrarse la fiesta del desfase. No es la única. Me resuena la querida canción de Txirri, Mirri eta Txiribiton que cantábamos hace tiempo: «Itsas gaiztoan dihoan txalupak isurtzen duen kemenaz, jarrai ezazu zeure bidean, jarrai ezazu, ene laguna». Para hacerle caso necesitamos muy buenos timoneles, que cojan bien la ciaboga y nos ayuden a dejar atrás la pandemia del desfase.
Peter Ansorena es nuestro Pepe Mujica
Con mi admiración por Ansorena a quien considero sus muchísimos méritos que como ejemplo de donostiarra euskaldun ha hecho por la cultura vasca y por su manifiesta humanidad es un ejemplo para niños, jóvenes y mayores, la comparación con José Mujica me parece que no ha lugar. José Mujica es otro nivel y seguro que Piter también lo cree así
Suelo coincidir con las opiniones de Jabier y en esta ocasión necesito ampliar esa alusión a Peter Ansorena como nuestro Pepe Mujica. A Mirri no le gustará que use su nombre en vano, y le pido disculpas. El artículo “La ciaboga del desfase”, a mi me parece antológico. En él trata asuntos de enorme trascendencia y actualidad con una gran sencillez y poder didáctico, y en eso me recuerda a Pepe Mujica