Trascribimos literalmente del libro “Aiete, caseríos, casas y familias” de Pedro Berriochoa, la historia que se recoge en él desde la página 125 hasta la 131
Estampa titulada
OLABENE/MAMELENA: DOS CARAS DE UNA CASA
Se puede decir que en el principio existió Olabene. Mamelena es una casa levantada en los años 40, aunque las familias Cárdenas y Díaz de Espada, y también ciertos documentos oficiales, han solido llamar Mamelena a todo.
En la documentación antigua tampoco se menciona Olabene, sino Olagüene, que a todas luces indica propiedad de algún Olagüe. En el Plan Beneficial de 1820 se dice que a la que llamaban Olagüene era en verdad Olacho. Más lío. La familia Cárdenas Díaz de Espada siempre ha oído referirse a la vieja casa como el “blanqueadero”, porque fue una fábrica de blanquear cera, propiedad de la familia Mercader.
La pequeña industria estuvo bajo la firma comercial de Mercader e Hijos, y aparece en el Estado industrial municipal de 1876 y también en el de 1882. Fue, pues, una de las primeras industrias de la ciudad y, seguramente, la única del naciente barrio de Aiete. No debía de ser nada del otro mundo pues su tarifa industrial, 70 pts. en 1882, era la más baja de las industrias donostiarras. Pertenece a ese sector químico de la primera industrialización que producía cal, fósforos, jabones, etc. Dice Dionisio de Azcue que él la conoció y que su padre fue trabajador de aquel establecimiento
También debió de ser vivienda, pues en 1883 el censo nos dice que vivían dos familias, que no había ganado ni caserío alguno, y que el propietario era Ignacio Mercader Echaniz (1832-1901).
Ignacio Mercader puede decirse que es un prócer político y empresarial de la ciudad. Fue alcalde de San Sebastián durante el sitio de 1873 y 1874, y fue también senador ligado al liberalismo. En 1869 fundó con su padre la sociedad Mercader e Hijos. Aparte del humilde blanqueadero, la firma se ocupó del comercio antillano de coloniales y desde 1878 introdujo por primera vez en España el vapor en los barcos pesqueros. Tras la catástrofe del 20 de abril de 1878, en que naufragaron algunos barcos y perdieron la vida cerca de dos centenares de pescadores, Mercader empezó a socorrer a la viejas traineras pesqueras con sus vapores comerciales. Presidente de la Sociedad Humanitaria de Salvamento de Náufragos, tuvo la brillante idea de dedicar uno de sus buques, concretamente el Comerciante, para realizar el remolque de las lanchas hasta los caladeros y una vez terminada la jornada llevarlas a puerto.
En esa fecha le fue construida en Escocia (algunos autores lo sitúan en Inglaterra) la primera Mamelena. Mercader buscaba mediante el vapor y el casco metálico la seguridad de los pescadores y la rentabilidad de su empresa. Llegó a tener hasta diez mamelenas, aunque ciertos autores las elevan a trece. Los Mercader también fueron pioneros del refino de petróleo y a finales de siglo, con otro socio, instalaron una pequeña refinería en Pasaia.
Santiago Cárdenas Díaz de Espada (San Sebastián, 1936-2020) nos cuenta que él recuerda en el suelo del viejo caserío de Olabene las huellas del añejo establecimiento industrial. La propiedad era de Manuel Mercader Vidaurre (n. 1861), hijo de Ignacio y de Elena Vidaurre y continuador de sus negocios; el tío Manuel para Santiago. Esa propiedad la dejó para su sobrina María Elena Díaz Espada Mercader (1908-1994), madre de Santiago y de Marta (San Sebastián, 1944), nuestros informantes. El tío Manuel cedió también los terrenos para la erección de la actual iglesia.
Santiago recuerda a Olabene, o al “blanqueadero”, deshabitado y bastante dejado. Tenía una hectárea delantera, hacia la carretera, y bastante más terreno en la parte trasera.
Es en esa parcela delantera en donde el matrimonio formado por su dueña Elena Díaz de Espada y su marido Manuel Cárdenas Rodríguez levantó Mamelena, justo delante del antiguo Olabene. Fue hacia a mediados de los 40 y el arquitecto fue el abuelo de Santiago y Marta, Manuel Cárdenas Pastor
Tal fue el éxito de Mercader, que otros armadores donostiarras le siguieron. Entre ellos podemos destacar a Tutor y Erquicia, Otermín y Compañía y Nicolas Urgoiti y Compañía, las tres domiciliadas en la capital guipuzcoana.
(Parece que el nombre de Mamelena procede del nombre cariñoso que Ignacio Mercader daba a su esposa Elena Vidaurre: mamá/ama Elena).
El tío Manuel cedió en 1926 los terrenos para la iglesia, pero con una cláusula de reversión, si se cambiaba su uso. Para las reformas de los años 70 su familia hizo una donación definitiva para que la iglesia pudiera hipotecarse. Con la actual urbanización y ampliación, se volvió a ceder otro pequeño solar.
Según su nieta Marta Cardenas, lo más sobresaliente eran los sillares de arenisca que tenían un color muy bonito. Igualmente, detrás de Olabene se construyó un frontón cuyo remate rezaba ‘año de 1949’. Asimismo, hacia la iglesia la casa tenía un bonito jardín-arboleda.
Manuel Cárdenas Rodríguez (1908-1992) es una institución en la medicina de San Sebastián. Junto a los Eizaguirre o a Barriola es otro médico que ha disfrutado de su estancia en Aiete. Hizo sus estudios en la Facultad de San Carlos de Madrid, especializándose en Cirugía y Traumatología. Conoció con 19 años a su mujer Elena en Deba y se casaron en el Santo Cristo de Lezo en 1934. Ganó las oposiciones de Sanidad Militar y fue destinado nada menos que a Melilla en 1936, dos semanas antes del inicio de la Guerra Civil.
Pasada la guerra, en 1940 recaló en el Hospital Militar de San Sebastián, pero fue movilizado en 1942 como médico de la División Azul en la Campaña de Rusia. Allá conoció el horror de la guerra y un trabajo extenuante como médico, que, sin embargo, le otorgó una amplia formación como cirujano. Conoció todos los horrores que la violencia puede infringir al cuerpo humano. Tras su llegada a casa, participó en los hospitales importantes de la ciudad, en una época sin incompatibilidades laborales. Políglota, euskerófilo conferenciante, articulista, gran dibujante, hombre profundamente religioso… serían otros de sus atributos humanos147.
La familia Cárdenas-Díaz de Espada disfrutó de los veraneos en Aiete hasta los años 60. A finales de esa década Marta Cárdenas montó su estudio de pintura en Mamelena, pero el problema de la casa era el del frío y la humedad: no estaba preparada para el invierno. Cuando la familia se mudó del paseo de Francia a la calle Zubieta, su madre Elena, una gran nadadora, prefirió la Concha a Aiete. Elena era una mujer muy moderna que hablaba francés e inglés desde niña. El matrimonio tuvo una prole numerosa y exitosa profesionalmente: Ignacio, Santiago, María Rosa, Pablo, Marta, Emilio, José Manuel y Elena.
El otro lado de la moneda lo forma la familia Zaldua que ocupó Olabene más de cincuenta años, desde comienzos de los años 40 hasta 1993.
El etxekojaun era Patxi Zaldua Bergara (1912-1979), un “hombre con chispa”, porque era electricista y porque tenía su gracia. Era natural de Legorreta, de una familia baseritarra colona que recaló en Hernani. Fue una familia golpeada por la Guerra Civil pues su propio padre y su hermano Joxe Mari murieron en ella. Su hijo e informante Nemesio Zaldua Larburu (Olabene, 1955) señala que en casa no se hablaba de esas cosas, quizás, por si acaso (badaezpada ere, me re ere).
Patxi es un caso de hombre de una inteligencia natural extraordinaria.
Apenas fue a la escuela, pues tuvo que marchar de morroi. También estuvo en la guerra, pero pudo escaquearse del frente por su habilidad profesional. Analfabeto, trabajaba en dos sectores puntas de la tecnología: al principio, en la electricidad; luego, en la Telefónica de la ciudad. El se manejaba para sus cuentas con su unidad particular para la venta del ganado: “los mil duros”.
Dice su hija Marta que nunca fue capaz de hablarlo con fluidez, pero que lo escribía con cierta corrección. Cuenta Santiago que realizó un viaje a Egipto, y el diario del viaje está totalmente escrito en euskara. Mi amiga Adela Poch (San Sebastián, 1958) le seguía dando clases cuando Manuel ya rondaba los 70 años.
Mientras iba y venía con su bicicleta, sobre la que tenía una habilidad circense, se dio cuenta de que Olabene estaba abandonado y sus terrenos cubiertos de zarzas. Eran los difíciles años de la posguerra y vemos en las estampas el problema de la falta de vivienda. Habló con Manuel Cárdenas y llegaron a un acuerdo rápido. El narrador, al principio, buscaba un ejemplo de aparcería quizás traído de Castilla, pero enseguida los hechos le demostraron otra cosa. A Cárdenas le venía bien tener alimentos frescos en una época de racionamiento y a Zaldua, una casa. Dicho y hecho.
No hubo renta monetaria alguna, sino suministro de leche, verduras, huevos, matanza… También Cárdenas le compraba alguna vaca. El propio Santiago Cárdenas recuerda que de recién casado él mismo subía a por leche.
La mujer de Patxi Zaldua fue María Larburu Aldanondo (1917-2014), una chica de Areso. También era hija de unos colonos pobres. Su madre murió y su padre se volvió a casar; se fueron de colonos a Urnieta, a la zona de Xoxoka.
De allá salió María para casarse con Patxi.
El matrimonio Zaldua-Larburu tuvo siete hijos: Jesús Mari que murió con un mes, María Jesús, Joxe Mari, María Dolores, Tomás que se mató en Aldapeta al chocar su bici con un autobús, Enrique y Nemesio, nuestro confidente.
Nemesio ve a su madre como “la esclava del señor”, una mujer muy religiosa y trabajadora, que, seguramente, tuvo que aguantar carros y carretas. Nemesio retiere una imagen del barrio: la Vigen Milagrosa que se paseaba en su hornacina por todas las casas de su zona. Ellos la recogían de Alkiza y, tras unos días en Olabene, pasaba a Melodi, y luego seguía un recorrido prefijado.
Era Patxi un hombre de los de antes, de los amigos de la sidrería y amigo de otros sagardozales del barrio. “Asto xamarra”, dice su hijo. Sin embargo, era enormemente generoso: que algo se estropeaba, allá estaba Patxi; que había tormenta y se iba la luz del barrio, allá acudía Patxi. Los hermanos Cárdenas le ven en la distancia con cariño, como un hombre prodigioso y cercano. Estaba adornado también con esa gracia y esa ironía que cultivaban los bertsolaris sidreros.
Olabene era una casa grande, con las tres plantas tradicionales, pero bastantes habitaciones y dos ganbaras. Cuando en su parte trasera se levantó el frontón, construyeron un anexo del establo hacia su pared. Al construirse Mamelena, perdió el terreno hacia la galtzara.
Se trataba, pues, de un caserío pequeño en terreno. Disponía de algo más de una hectárea hacia la parte de atrás. Tenían unas tres vacas, algunos cerdos, gallinas… Y luego cultivaban maíz, remolacha, nabos… y la huerta. Además, tenían bastantes frutales: manzanos, perales, ciruelos, higueras…
Mamelena tenía un parque elegante hacia la iglesia, formado por castaños de Indias, magnolios, tilos y plátanos que formaban un bonito arbolado.
Luego podaron excesivamente algunos árboles y enfermaron, pudriéndose su tronco. Nemesio recuerda que antes de que llegara la familia Cárdenas en la temporada de verano, su madre adecentaba el interior de Mamelena, luego ya los Cardenas traían su propio servicio. Cuando preparaban alguna esta o comida extraordinaria, las hermanas Zaldua colaboraban en el evento.
Nemesio nos dice que antes Aiete era como un pueblo pequeño. Ellos también ayudaban en Munto. Él, de pequeño, se encargaba de limpiar por dentro las tinas. Le echaban una mano a Isidro cuando venían los camiones de manzana, más que nada, en su caso, por beber pitarra y jugar al bote.
Nemesio es un hombre tranquilo y franco. De Olabene se acuerda la fecha en que salió con su madre: el 31 de agosto de 1993. Los Cárdenas les ayudaron para que compraran un piso en Hernani y allá murió su madre María casi centenaria el pasado año.
Nemesio estudió en Isturin hasta los 10 años, luego en San Sebastián Mártir, y después hizo estudios de contabilidad en una academia. La tarea administrativa ha sido su oficio, primeramente en Pedro Orbegozo, y, cuando cerró, en la Diputación.
Santiago Cárdenas es un traumatólogo que todavía mantiene consulta para sus amigos y su antigua clientela en Policlínica Gipuzkoa. Al igual que su padre es hombre muy religioso, y ayuda como monaguillo al carmelita que acude a la misa diaria en la capilla de Policlínica.
Marta Cárdenas es una pintora de largo recorrido. A pesar de sus años, mantiene un aire adolescente en su mirada. Es una mujer menuda, pero con una ilusión grande por su trabajo. Presume de su excelente euskara guipuzcoano, aprendido aquí y allá, en especial en la zona de Urrestilla/Aratz-Erreka, en donde ha pintado mucho. Y, en efecto, hace bien por presumir, hablar y por guardar nuestra lengua tras largos años de residencia en Madrid. Ella también, como este narrador, ha sido profesora de Medias y compartimos vivencias de Instituto. El paisaje rural y el natural le han influido mucho en su pintura. Siempre que ha podido, ha acudido al monte guipuzcoano o a la dehesa madrileña a pintar al aire libre. Espera con cariño la antológica que le va a montar Kutxa en el Kursaal en este 2016.
Las relaciones entre los Zaldua y los Cárdenas, entre Olabene y Mamelena, a pesar de sus orígenes y posiciones sociales diferentes, fueron muy horizontales. Marta jugaba con los Zaldua. A todos les encantaba hacer cabañas y txabolas. Cree que a su sobrina le viene su vocación de arquitecta de estos juegos. También se pirraba por trepar a los árboles y por que sus ramas entraran hasta dentro de la casa. Nemesio señala asimismo cómo jugaba con los Cárdenas de su edad: Josema, Elenita…Dos mundos, dos casas, dos hombres bien diferentes: Patxi y Manuel…y, sin embargo, mantuvieron, y sus sucesores mantienen, una relación de amistad.
Marta se apena de que su padre no apoyara o protegiera la carrera de Joxe Mari Zaldua (Olabene, 1945). Un hombre con una habilidad pasmosa para la mecánica. Su padre le metió en la Ford, pero podía haber sido un ingeniero o un inventor fabuloso, pues sus labores eran requeridas hasta de Barcelona cuando había algún problema con cualquier motor de barco.
También se queja de que su familia pusiera la bandera nacional cuando venía Franco, algo que, piensa, podría herir a Patxi Zaldua.
Santiago Cárdenas dice que Patxi Zaldua entraba por palacio como le daba la gana. Según Marta, era un genio y lo arreglaba todo. Cada vez que venía Franco, Patxi ponía a punto la instalación eléctrica y las líneas telefónicas del palacio de Aiete. En cierta ocasión, su mujer María le quería dar un recado y llamó a palacio preguntando por Patxi. La operadora debía de ser nueva y, pensando en lo peor, le colgó. El régimen no estaba para bromas.
Cuenta Félix Pérez que fue en 1972, en Mamelena, en donde, tras una reunión con Nicolás Sartorius y Cipriano García -responsables de Comisiones Obreras al máximo nivel- los “peceros” guipuzcoanos reactivaron las Comisiones, que estaban casi muertas tras la represión derivada del Proceso de Burgos y los estados de excepción.
[Post scríptum
Esta historia personal la cuenta Marta Cárdenas con mucha gracia porque ella tuvo que disimular la cita y su hermano -que desconocía la reunión- se presentó por casualidad en el caserío, no se le esperaba. Salir del atolladero fue toda una peripecia propia del fecundo ingenio de Marta[