Entre las mil imágenes que bombardearon las redes en cuanto se supo la noticia, vi una que mostraba al Diego de espaldas, caminando por el túnel, en botines, shorcitos, la diez en la espalda, la nube de rulos en la cabeza. Se está yendo rumbo al campo de juego, casi se alcanza a oír el ruido de los tapones contra el piso y, a sus costados, dos filas de superhéroes despidiéndolo. Superhéroes de pacotilla, de la Marvel: a él, que nunca fue un muñequito, que rompió todos los moldes por ser de carne y hueso, por ser tan rabiosamente humano. Diego yéndose por el túnel, yéndose como le hubiera gustado a él: vestido para jugar, listo para romperla toda una vez más.
Pelusa, cebollita, barrilete cósmico, mano de Dios, Segurola y Habana, me cortaron las piernas, la pelota no se mancha, más solo que Kung-Fu, ¿sabés qué jugador hubiera sido sin droga? Rey del bardo, siempre al mango, el que dijo, el que se animó a decir: “Yo nunca quise ser un ejemplo”. Y también: “Yo me equivoqué y pagué”. El que dijo: “Yo nací en un barrio privado: privado de luz, de agua, de teléfono y de gas”. Y también: “Cuando entré al Vaticano y vi todo ese oro dejé de creer”. El que dijo: “Soy completamente zurdo: con el pie, con la mano, con la cabeza y con el corazón”. Y también: “Gracias a la pelota le di alegría a la gente; con eso me basta y sobra”.
Grande Arconada. Desde todos los puntos de vista. Muchas de las loas fúnebres a Maradona llevan la firma de tipos que invariablemente se apuntan a los festivales de desmesura que siguen a la muerte de cualquier celebridad; escriben a mayor gloria propia más que a la del difunto. Otros, los más descarados e hipócritas, se apuntan al concurso de elogios póstumos al pelotero fallecido después de haberlo puesto a bajar de mil burros cuando aún respiraba. Y luego están los esquinados que siempre saltan sobre el cuerpo todavía caliente para recordar con saña su lado menos amable.
Guardo memoria de sus jugadas de dibujos animados, pero siempre me ha parecido una enciclopedia sobre las miserias humanas. Y no por él, sino por las legiones de tipejos que lo rodearon a lo largo de su periplo desde el Olimpo al abismo. Descanse en paz.
Sí, señores del resentimiento, la envidia y el afán de protagonismo. A Maradona le cantaban porque era prodigiosamente carnal. Era el crack de barrio elevado a la máxima potencia, la del genio que surge sin aviso y nos cautiva porque va más allá de lo que cualquier muchacho pueda soñar. Como solo los rebeldes, malditos y autodestructivos pueden serlo, estaba hecho de materia poética, no de poliuretano y redes digitales. Le queríamos aunque nos decepcionara. Le amábamos porque nos emocionaba. Le cantábamos porque en el fútbol solo se canta a los malditos, a los garrinchas que jugaban como dioses y pecaban como demonios. Y en esas escalas del exceso, Maradona tampoco ha tenido rival.
Otra cosa son nuestros heroicos referentes a los que amamos más, -Guille escribe gran Luis Arconada- pero estaríamos hablando de otra cosa, pensando en nuestros hijos