“El malogrado” de Thomas Bernhard, por Lola Arrieta

Cuando en 1983 se publica en alemán Der Untergeher, (El malogrado), Thomas Bernhard es ya un escritor maduro y consagrado que vivirá toda la década de los ochenta, hasta su fallecimiento en su casa de Gmunden en 1989, en un continuo ejercicio de publicaciones, simultaneando la edición de su narrativa con los estrenos de sus obras teatrales.

Solo dos años después, en 1985, El Malogrado se publica en España traducida por Miguel Saenz, traductor al español de prácticamente toda la obra del escritor austríaco. La difusión de la narrativa de Bernhard se había iniciado en nuestro país a finales de la década de los 70, siendo hasta ese momento un completo desconocido. El comité de lectura de la Editorial Alfaguara, presidida en ese momento por Jaime Salinas, y del que formaban parte, entre otros, escritores como Juan Benet, Juan García Hortelano, Luis Goytisolo, Javier Marías o Vicente Molina Foix, actuó como descubridor y divulgador de la obra de Bernhard.

Con El malogrado, el escritor abría una trilogía que se centraba en la creatividad artística, en la búsqueda de la perfección, de lo sublime en el arte, en cualquiera de sus manifestaciones. La segunda novela de la trilogía Tala, aparecida en 1984, supone un satírico retrato de la élite cultural vienesa y causaría escándalo en el país al verse reconocidos y sentirse difamados importantes miembros de la alta sociedad austríaca. Finalmente, en Maestros antiguos, de 1985, la última novela escrita por Bernhard, un crítico musical ya anciano acude todos los días al Museo de Arte Histórico de Viena a contemplar un cuadro de Tintoretto,Retrato de un hombre de barba blanca.

En El malogrado, la voz de un narrador innominado nos adentra en la peripecia vital de tres amigos que presentan muchos puntos en común pero también diferencias fundamentales. Los tres se conocieron veintiocho años atrás, cuando eran estudiantes de música en el prestigioso Mozarteum de Salzburgo. Los tres aspiraban a ser prodigiosos pianistas, los mejores intérpretes del teclado, pero solo uno lo lograría, Glenn Gould, personaje que, extraído de la realidad, es tratado en la novela con las licencias de la ficción. Los otros dos, cejan en su empeño y abandonan la música cuando escuchan al canadiense interpretar Las variaciones Goldberg de Bach. Nunca alcanzarían el nivel del maestro.

Todo el mundo muere con música en la cabeza. Cuando todo ha desaparecido ya, la inteligencia, las personas, los recuerdos…sigue habiendo música en ella…señalaba Bernhard en 1981, en su entrevista con Krista Fleishmann en Mallorca. Y es que la música está muy presente en toda la obra del escritor, jugando un papel importante y no sólo ni principalmente como referente temático o ambiental. Conocido es el esfuerzo que Bernhard realizó a lo largo de toda su trayectoria por alejarse de los instrumentos más al uso de la narrativa tradicional, sabido también, su empeño en crear nuevas formas de expresión. En ese intento renovador hay voluntad de musicalización de la escritura, de establecer un diálogo permanente y complejo con la música utilizando el lenguaje musical con sus repeticiones, sus variaciones, contrapuntos, fugas… Su influencia será decisiva.

Thomas Bernhard es uno de los grandes escritores del siglo XX. Como bien señaló Eugenio Bernardi...es, sobre todo, una voz. Una voz propia, conmovedora, penetrante, convincente. Una voz que se oye cada vez que abrimos uno de sus textos y leemos unas frases. Una voz que, en el fondo, fue la misma desde el principio hasta el fin. Una voz inconfundible. Diciembre 2020

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