Hace muchos años, el 4 de julio 2015, en un viaje de Lantxabe a Baviera, los trotamundos se encontraron con “El Niño con ganso”; fue en la Glyptothek de Munich. Si en Goya “El sueño de la razón produce monstruos”, y para Calderón de la Barca, “toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”; una fantasía, en estas navidades, no vividas así nunca por ninguno de nosotros, ha podido ser que una varita mágica -en la víspera de los santos inocentes- convierta el ganso de la Glipoteka en ‘covid 19’, de esta forma el ‘niño luchando con un ganso’ se ha trasformado en ‘super-niño estrangulando al coronavirus’
¿La criatura tendrá poder suficiente?
¿Quién ha intentado coger una oca? Conseguir retenerla es una hazaña más que hercúlea, casi titánica y para un niño es imposible; pero si se recurre a la ilusión ¿Será la Guardería quién acabe con el Virus?
Como pasa hoy, a los niños de los antiguos griegos les gustaba jugar con los animales. Tal vez el ganso fue un obsequio navideño de los padres a su niño.
En la Glyptothek de Múnich, el Niño con ganso, es una copia romana, quizás la más elocuente, de un original de bronce helenístico (160 a. C.?) atribuido a Boecio de Calcedonia. [Pausanias y Plinio el Viejo mencionan a Boecio en sus libros]. La copia que está en la Glyptothek fue encontrada en Roma en 1789 y transferido al palacio Braschi, luego vendido 1812 a Múnich y ahora está allí, en la Glyptothek. El ganso era el pájaro sagrado de Afrodita [la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor. Su equivalente romana es Venus].
En la Glyptothek de Múnich se encuentra también esta Niña con muñeca y oca, (100 a. C.), muy asociada a imágenes navideñas
Y estos bustos y esculturas que datan de la época romana (150 a. C. – 550 d.C.)
(Desde 2018 hata el 2021 la Glyptothek permanecerá cerrada por obras)
Existen otras copias de este Niño con ganso; en el Louvre; en el Museo Vaticano; en el Museo Capitolino [museo cívico municipal de Roma]; en la fachada del Ayuntamiento de Tarragona -Foto más abajo-
El niño del ganso es probablemente el joven Antioquía V Eupator, [significa «de un buen padre»]. Era el hijo de Antíoco IV Epífanes (215 a. C.-163 a. C.) fue rey de Siria de la dinastía seléucida desde c. 175 a. C.-164 a. C.. Boecio de Calcedonia produjo una escultura de Antíoco IV y probablemente representó también a su hijo con esta escultura.
El último viaje organizado en el marco del ‘Ciclo de Literatura y Cine’ tuvo como objetivo Turquía, y allí, en Anatolia, en Konya, el 6 de mayo 2019, los viajeros se encontraron con la presencia seléucida en el arte, la cultura y la historia de la península.
En Konya visitaron el Mausoleo de Mevlana (maestro) y se encontraron con los “Derviches girovagos”
[El poeta, erudito y teólogo Muhammad Balkhi, siglo XIII, vivió en Konya, donde se instaló abrazando el sufismo tras conocer a un místico vagabundo y originando una escuela. Era el mawlana o maestro al que se refiere el nombre del mausoleo. El impulsor práctico de ésta fue Hüsamettin Çelebi, su sucesor, quien se ocupó de enterrarle en este magnífico panteón, destino de peregrinaciones y hoy museo].
Konya fue visitada, también, por Pablo de Tarso, según el libro de Hechos, del Nuevo Testamento. Para la tradición católica, también es el lugar de nacimiento de santa Tecla. De 1097 a 1243, Iconio (Konya en turko) fue la capital del sultanato selyúcida.
Tras esta disgresión interesada, volvemos al “Niño con Ganso” de la Gliptoteca de Munich; es una obra que muestra el gran paso dado por el helenismo, al mostrar esta imagen de un niño travieso, despojado de musculatura, intentando capturar a un ganso. Un escultor de la época clásica habría esculpido a Hércules luchando con el león de Nemea. [Precisamente en el estadio de Nemea, Grecia, presenciamos el desafío de estas dos colosas, Ana y Gertrud]
En las diversas copias romanas del original helenístico “Niño con Ganso”, siempre hay pequeñas diferencias: en unas la oca tiene el pico cerrado, en otras abierto, el cuello está orientado diferente, la postura de los brazos del niño es distinta, etc…
En Tarragona, curiosamente, había cinco copias de la misma (algunas se han perdido). Había dos de bronce que se encontraban en los dos pequeños estanques que hay en las puertas del edificio de la Tabacalera; hay dos más en el frontón triangular de la fachada neoclásica del ayuntamiento de Tarragona y hay otra, la más conocida, al inicio del paseo de las Palmeras, cerca del Balcón del Mediterráneo.
Es la primera vez que vengo a esta barbería. He entrado por casualidad, porque la he visto y estaba vacía. No voy a una barbería desde que empezó la pandemia. En ese tiempo me he cortado el pelo yo mismo, con una máquina, frente al espejo. Cortarte el pelo a ti mismo te hace descubrir una cabeza incomprensible, que nunca habías imaginado. El barbero me ha recibido con cordialidad distante. En un principio me ha estado cortando el pelo en silencio. Hasta que, de pronto, me ha empezado a hablar. Me ha preguntado si tengo hijos. Le he dicho que sí. Él me ha dicho que tiene una hija, que resulta tener la misma edad que mi hijo. Luego, me ha explicado esta historia, protagonizada por su hija. Por la precisión de sus palabras noto que lo que va a explicarme lleva horas en su cabeza. De manera que, cuando salga por su boca, lo vamos a escuchar ambos por primera vez. Es, por tanto, algo importante. Un desconocido explicándote algo importante siempre conduce a un momento sobrecogedor. Es una suerte de revelación. Algo parecido a la verdad, esa cosa que suele no existir. Su hija, me explica, necesitaba ropa. Ayer le pidió dinero para ir a comprarla. Se lo dio encantado y la animó a salir. Al parecer, hace meses que sale muy poco. Le dio más dinero del necesario, para que pasara la tarde fuera y tomara algo. “No sé dónde. Todo está cerrado. Pero si lo dices, parece que pueda ser verdad”. La hija se pasó toda la tarde de compras. Volvió muy contenta. “Hacía meses que no la veía así. Daba gusto”. La chica pidió a su familia que se sentara en el comedor. Se encerró en su cuarto y, al cabo, salió con su compra puesta. Se veía a sí misma orgullosa y bellísima. Un pincel. Su cara estaba copada por la ilusión. Parecía como que soñara consigo misma. Sus padres la miraron primero en silencio. Después, con cierta angustia, que pasó a terror. Ajena a esas expresiones, la chica no paraba de sonreír. La esposa del barbero dijo: “Es todo muy bonito. ¿Cuándo te lo piensas poner?”. La chica respondió, con toda la euforia del mundo: “En una fiesta”. Parecía que, al decir la palabra fiesta, la fiesta se produjera. Tras, esta vez, un silencio larguísimo, el barbero preguntó: “¿Tienes alguna fiesta?”. La chica, de pronto, comprendió. Comprendió que ese vestido minúsculo de lentejuelas rojas, y esos tacones como el fuego y altos como un edificio frágil e imposible, no se los pondría nunca. Se dejó caer sobre una silla, y empezó a llorar. El barbero, en ese momento, dejó de cortarme el pelo. Pidió disculpas y se fue al lavabo. O a cualquier sitio de su minúscula tienda. Yo me quedé solo, mirándome en el espejo. Mis ojos eran como el vestido de esa chica. Y mi cabeza también como la suya, incomprensible.