Entre 2006 y 2010, Jean Echenoz va a publicar tres novelas cuyos protagonistas son personas reales y célebres: Ravel, sobre el compositor francés, Correr, que tiene como personaje central al atleta y campeón olímpico checo Emile Zatopek y Relámpagos protagonizada por el científico e inventor serbocroata-estadounidense Nikola Tesla. Son tres obras dispares, que nos abren a mundos distintos, pero con elementos comunes: Los tres personajes centrales son hombres ilustres convertidos en protagonistas de libros de ficción. Los tres son también seres humanos que van a pasar, en un momento de sus vidas, de la cumbre de la gloria y el aplauso a la desgracia, la decadencia y el declive.
Ravel, (2006), es la primera de esta trilogía sui generis y una de las novelas más destacadas del escritor francés. Con ella, Echenoz se adentraba en un género que no había abordado hasta ese momento, pero, ¿en qué género?. Ravel no es una biografía, ni siquiera una biografía novelada al uso. Ravel es una novela cuyo personaje principal es un hombre real y célebre del que conoceremos en la novela la peripecia vital de sus diez últimos años. Una novela así requería un difícil equilibrio entre los datos biográfícos y la libertad de la ficción, entre lo real y lo imaginario. Y ésto es lo que consigue Echenoz.
¿Por qué Ravel?, podemos preguntarnos. Echenoz, gran aficionado a la música conocía y admiraba la obra del compositor nacido en Ciboure. Pero en el relato, el interés se centra más en el hombre que en el compositor, en el individuo más que en el genio creador. Echenoz quiere mostrarnos la otra cara de la moneda, lo que no vemos, lo que no conocemos. El hombre en su cotidianeidad, en su mediocre vida diaria; su agotamiento artístico, sus dudas, su aburrimiento y, sobre todo, su soledad. Es en ese contraste entre la banalidad existencial y la riqueza de su obra donde se sitúa la mirada del escritor y lo hace con una prosa limpia, escueta, directa, llena de una ironía que recuerda a la de los grandes escritores franceses del S XVIII.
La novela se abre en 1927, cuando el músico va a iniciar un viaje a los EEUU y Canada para realizar una gira musical. Ravel está en ese momento en la cumbre de su carrera. Desde la muerte de Debussy se le considera, junto a Stravinsky, los dos mejores músicos del momento. Le quedan en ese momento diez años de vida y pronto aparecerán los primeros síntomas de su enfermedad.
Pero todavía va a crear El bolero, que se convertirá en su obra más interpretada y popular; El concierto para la mano izquierda, encargado por Paul Wittgenstein o El concierto en sol, que encierra en su interior dos pasajes de aquel concierto de inspiración vasca que inició años antes y que desgraciadamente dejaría inacabado.
Pero el avance de la enfermedad es inexorable. Un día el músico olvida sus zapatos, otro, el experto nadador que disfruta todos los veranos en las playas de San Juan de Luz, necesita ayuda para volver a la orilla …Y el compositor va descendiendo a los infiernos de la pérdida del control de la lectura, de la escritura, de los movimientos más cotidianos. Lejos están ya los días de gloria, ahora son días de vacío, de frustración, de tristeza. No he escrito nada, no dejo nada, no he dicho nada de lo que quería decir, señalará. Pues, al parecer, ni siquiera reconocía sus propias obras.