Les damos las gracias por ello al perspicaz novelista francés Jean Echenov y a la maestría de Lola Arrieta presentado la tertulia en Aiete
Más de tres lustros en estos ciclos culturales dejan un poso de conocimiento literario, pero, y al mismo tiempo, no hay sesión que no sorprenda a las personas que asisten a la tertulia, la mayoría mujeres
Mucho tiene que ver la concienzuda preparación que, en cada velada, muestra su dinamizadora, la detallada deconstrucción que hace con cada autor y con cada obra
Ayer se cumplió la regla, corregida y aumentada
Lola, a lo largo de dos horas que se hicieron muy breves, ayudada por unas eficaces transparencias proyectadas en pantalla, fue desgranado la vida y los trabajos de Jean Echenov
Estamos ante un genial autor, comprometido con la novela y la creación literaria en nuestro siglo. Capaz de escribir libros que antes de su aparición ya se han ganado a decenas de miles de lectores. ‘De la primera edición de su última novela Vie de Gerard Fulmard, publicada en el 2020, ha salido con 55.000 ejemplares’, nos decía Lola.
Y continuaba, ironizando con su público, comulgando con su empatía, ‘Echenov nace en Orange el 26 de diciembre de 1947; más o menos, este año es el nuestro’
Cursa estudios de sociología e Ingeniería en Rodez, – en el Macizo Central, bañada por el río Aveyron-, es una gran aficionado a la música, toca el contrabajo y el violonchelo, y eso quizás le empuja y facilita a escribir relatos como ‘Ravel’
Pero hasta 1979 no publica su primera novela El meridiano de Greenwich, tiene 32 años, y lo hace gracias a que Jérôme Lindon editor de Les Éditions de Minuit, quien facilita la edición.
Echenov no olvida este apoyo y en el 2001, ya consagrado, escribe una novela-homenaje al editor, y sigue publicando toda su obra en Les Éditions de Minuit, una modesta editorial francesa. En España se han traducido y publicado 17 de sus relatos en la Editorial Anagrama.
Ha publicado cerca de veinte novelas y ha recibido una decena de premios literarios, entre ellos el Premio Médicis 1983 por Cherokee, el Premio Goncourt 1999 por Me voy, así como el Premio Aristeion y el premio François Mauriac (2006), por su novela Ravel. Sus obras se caracterizan por una escritura económica y descriptiva, dotada de gran inventiva en la que mezcla ficción y realidad, con especial sello de humor e ironía, añadía Lola, mientras informaba y proyectaba en pantalla las portadas de tres libros construidos sobre tres vidas reales.
Ravel (2006), que veremos esta tarde, y que está a medio camino entre la novela y el relato biográfico. Correr (2008), gira en torno al atleta Emil Zátopek. [La gente de la tertulia recordaba sus hazañas, especialmente el Cros de Lasarte de 1958].
El 11 julio de 2016, en uno de los viajes culturales, este año a los paises bálticos, la expedición de Lantxabe llegó a Helsinki, procedente de Tallin. Jean Echenov en su libro ‘Correr’ dedica unos párrafos a las olimpiadas de aquella ciudad celebradas en1952. Y cita al ‘Finlandés Volador´ el genial Paavo Nurmi, que fue el encargo de encender el pebetero en el estadio olímpico en aquellos juegos. Al regreso de visitar, en las cercanías de Helsinki, el Monumento a Sibelius, una escultura de la artista finlandesa Eila Hiltunen titulada «Passio Musicae» pudimos ver la estatua en homenaje a Nurmi junto al estadio olímpico de Helsinki
En Relámpagos (2010), escribe sobre Nikola Tesla, cuya huella está presente en el Zagreb que visitamos -5 y 6 de julio de 2014- en el viaje cultural a Croacia. En la capital pudimos estar frente a La Fuente de la vida, de Ivan Meštrović, una obra que representa varias figuras simbólicas desnudas y entrelazadas: Amor, Juventud y Ancianidad. En la bella y cuidada calle Masarykova, encontramos el monumento a Nikola Tesla, del mismo maestro. [Tesla fue uno de los grandes inventores croatas, aunque desarrolló una parte de su carrera en los Estados Unidos, y este monumento le rinde homenaje].
Jean Echenoz, hasta el día de hoy, ha publicado 18 novelas, todas en Editions de Minuit en Francia, insiste Lola. En España se han traducido y publicado 17 de sus relatos en la Editorial Anagrama.
La cita de hoy estaba comprometida con ‘Ravel’.
Ravel, como señala Lola en el video, no es exactamente una biografía, empezando por su tamaño. El libro de Echenoz es un suspiro; lo es por su brevedad (124 páginas aireadas en la edición de Anagrama) y por su estilo. Buena parte del libro, la mitad, transcurre en un viaje en barco (el que lleva a Ravel de gira por Norteamérica en 1928) y la escritura de Echenoz, mimética, detallada, los tres primeros días del viaje, los otros tres avanza con pies ligeros. La novela cuenta con verosimilitud e imaginación los últimos diez años de la vida del músico, de 1927 a 1937.
Con la figura de Ravel, la tarde del jueves, y la de David Helfgott, la del viernes, el ciclo ‘A la Música’/ ‘Musika gure laguna’ ha puesto un broche de oro. [Recordad que empezamos con Thomas Bernhard, Wittgenstein y Glenn Gould].
Echenoz se entrega al compositor vasco con genuina convicción. Los trajes a cuadros, las corbatas, las camisas, los zapatos de charol de Ravel tienen una reverberación suplementaria, y en la narración-interpretación de Echenov todo es igualmente significativo. Trajes y zapatos, pájaros mecánicos, pensamientos, comidas y composiciones musicales.
Por el Cuaderno que entrega Lola al inicio de la tertulia, sabemos que la I Guerra Mundial desencadenó en Ravel una profunda crisis. En contra de los consejos de sus amigos, y de sus médicos, se empeño en alistarse y se aplicó en conseguirlo con la misma meticulosidad con la que componía. Fue declarado inútil porque no daba la talla de altura ni el ancho de pecho. Tuvo que mover todas sus influencias para al final, después de año y medio de gestiones, lograr su ingreso en el Ejército. No en aviación, como Ravel pretendía, sino como conductor de camión en el frente de Verdún. Pero al cabo de siete meses los médicos le encuentran tan mal que le dan un destino en retaguardia, al que no llega a incorporarse porque va directamente a un hospital, del que sólo saldrá para asistir a los últimos momentos de la vida de su madre María Delouart, enero de 1917, y marcharse luego a hacer una cura de reposo.
Lola destaca en sus apuntes que en 1921 compra una casa en Montfort-l´Amaury, Belvedere, a 30 km de París, donde vivirá y compondrá la mayoría de sus últimas obras.
Cómo se dice más arriba, Echenov dedica la mitad de su ‘Ravel’ al viaje a EEUU: En diciembre de 1927 inicia una gira de conciertos por EEUU y Canadá. Conoce a George Gershwin, Charles Chaplin… y en abril de 1928 vuelve de EEUU.
Lola ilustra ampliamente este viaje, pero tiene muchas ganas de llegar al cenit de su presentación: en 1932 se estrenan el ‘Concierto para la mano izquierda’ y el ‘Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor’. Este tiene un gran éxito y, para representarlo, parte de gira por Europa central en compañía de la pianista Marguerite Long, pero en octubre sufre un grave accidente en un taxi que le dejará marcado
Por qué el interés de Lola Arrieta en este Concierto en Sol Mayor
Ravel nació en un pequeño pueblo pesquero de la costa labortana: Ziburu. A pesar de que se desplazó con sus padres a la capital francesa cuando tenía aún unos escasos meses de vida, su vinculación íntima con Euskal Herria no cesó nunca. Fue especialmente decisiva, así, la estrecha relación que mantenía con su madre, quien pertenecía a “una vieja familia vasca”; además de su tía abuela y madrina Gaxuxa Billac.
Es pues relevante la presencia constatada en su vida del euskera, ya desde su primera edad, y nutritivas las innumerables y recurrentes visitas a su tierra natal; así como una vital relación ligada a manifestaciones culturales y musicales vascas.
Es por todo ello que, a pesar de criarse y vivir en París durante la mayor parte de su vida, Ravel nunca dejó su origen. El proyecto de un concierto de inspiración vasca venía de largo
Gustave Samazeuilh, su fiel compañero en San Juan de Luz, y el propio Ravel habían hecho una excursión (en 1911) desde Ziburu hasta Lesaka, Iruña y Estella y regresaron por Zubiri -añadía Lola con un guiño a ‘su pueblo’-, Roncesvalles, Saint-Jean-Pied-de-Port/ Donibane Garazi y Maule, el admirable camino de Santiago por Navarra y Baja Navarra.
Ravel había traído de este viaje el plan de una obra vasca para piano y orquesta, Zazpiak Bat, tuvo bocetos muy avanzados y la dejó pendiente de resolver. Sin embargo, utilizó los elementos ya cerrados, evocando respectivamente una mañana de primavera en Ciboure y una fiesta en Maule en las piezas correspondientes del Concierto en Sol. Se puede decir que Zazpiak bat subyace hoy en día en este maravilloso concierto -según nos recuerda Lola en el video- .
La pianista Marguerite Long, a la cual dedicada esta obra, afirmaba: “Uno no estaría equivocado en decir que Ravel puso en las páginas iniciales de su obra (…) un característico aspecto de la vida Vasca. Uno necesita haber visto San Juan de Luz una noche de verano -con los atuneros azules balanceándose bajo la luna- en el momento en el que un joven muchacho saltaría al primer sonido del fandango desde el kiosco a la plaza; en el momento en el que las terrazas hubieran despertado de su sueño, el heladero hubiera dejado su carrito, el hombre de los periódicos hubiera tirado su cartera; en el momento en el que se hubieran puesto todos ellos en líneas enfrentadas y -pecho fuera y brazos elevados- hubieran bailado al son del compás, con sus sandalias de cordones y con pura alegría rítmica. Esto debería de haber sido visto por cualquiera para poder entender la extrema espontaneidad y el entusiasmo desenfrenado del país de Ravel”.
El comienzo de esta obra es ya revelador: el píccolo tocando una bailarina y alegre melodía, con un color que nos recuerda claramente al del txistu. Al igual que el principio del famoso Bolero: la flauta acompañada de un tambor, simulando el txistu y el tamboril. Hélène Jourdan-Morhange, la inseparable amiga de Maurice, explicó que el músico “admiraba particularmente esa especie de fidelidad tenaz que permitía a los vascos conservar intactas sus tradiciones más antiguas”, y muy especialmente las “alboradas de los txistularis”, que nos recuerdan a Piter Ansorena y los suyos cuando recorren el barrio una mañana de domingo festivo de septiembre.
En la tertulia también se recordó su vínculo con el Aita Donostia -ya hemos hablado en estas páginas de la relación familiar del Aita Donosti con Ana Etxeberría, que intervino en este punto-
Se ha citado a Wittgenstein en el mismo lugar que a Thomas Bernhard y Glenn Gould. Cuando comenzó la guerra mundial, Paul Wittgenstein se alistó junto a su hermano Ludwig. Se encontraba camino de la frontera rusa cuando una bala destrozó su codo derecho. Quedó inconsciente y cuando recuperó el conocimiento, ya le habían amputado su brazo derecho. Paul Wittgenstein le pidió a Ravel que le compusiera un concierto de piano para su mano izquierda. Lo hizo al mismo tiempo que el ‘El Concierto vasco en Sol Mayor’. Paul fue un auténtico dolor de cabeza para Ravel que llegó a decir, indignado por las libertades que se tomaba el pianista manco, ‘los intérpretes son esclavos’. [Cita textual de Etchenov, que recordaba Lola en la velada]
Antes de ocuparse del ‘Concierto en sol’ Lola nos habló sobre el ‘Bolero’ de Ravel y leyó esta cita del libro, reproducimos algunos párrafos por su interés
“Tal vez -Ravel- tiene a quien parecerse respecto a esa afición a la mecánica, pues su padre sacrificó la trompeta y la flauta por una carrera de ingeniero que le llevó a inventar entre otras cosas un generador de vapor calentado con aceites minerales, y un motor supercomprimido de dos tiempos, una ametralladora, una máquina para fabricar sacos de papel y un coche con el que concibió un número de acrobacia llamado Torbellino de la Muerte. En cualquier caso, hay una fábrica que en este momento a Ravel le gusta mucho mirar, yendo hacia el Vésinet, justo antes del puente de Rueil, le sugiere cosas. Sí: está componiendo algo relacionado con el trabajo en cadena.….Un día pasa con su hermano por la fábrica del Vésinet y le dice: Ves, ésa es la fábrica del Bolero”
El Bolero, creado en 1928, es un exponente de la música del siglo XX.
Pese a que Ravel dijo que consideraba la obra como un simple estudio de orquestación, el Boléro esconde una gran originalidad, y en su versión de concierto ha llegado a ser una de las obras musicales más interpretadas en todo el mundo..
Lola nos cuenta la historia
La bailarina Ida Rubinstein le pidió una obra escrita expresamente para ella. Ravel pensó en orquestar alguno de los números de la Iberia de Isaac Albéniz para cumplir el encargo sin demasiado esfuerzo. Con el trabajo empezado se entera de que el director español Enrique Fernández Arbós tenía la exclusiva para orquestar las obras de Albéniz y abandona su proyecto. Arbós, por su parte, informado de que Ravel está trabajando en la Iberia le cede generosamente sus derechos. Pero Ravel es demasiado considerado y no quiere perjudicarle; no quería componer sino sólo orquestar, y eso es exactamente lo que hace: escribe un único tema y lo repite machaconamente desde el principio al final de la obra. Tampoco modifica ni un ápice el ritmo.
El Bolero es una acumulación constante de instrumentos que repiten la misma música cada vez más fuerte. Cuando se le acabaron los instrumentos normales de la orquesta empezó a añadir el saxofón, el oboe de amor, la trompeta y el clarinete con afinaciones poco habituales. La graduación del volumen y la brillantez del sonido es tan perfecta que en ningún momento se tiene sensación de monotonía y todo se resuelve en una explosión final.
Pero no todo sucedió como tenía previsto, escribe Echenov. La primera vez que se baila, desconcierta un poco pero funciona. Pero sobre todo funciona de maravilla cuando Ravel ‘orquesta’ el Bolero -Ana nos recordó su habilidad es este campo-. Funciona extraordinariamente. Ese objeto sin esperanza para Ravel cosecha un triunfo que deja estupefacto a todo el mundo comenzando por su autor.
Ultimos años del músico vasco
A Ravel le costó mucho trabajo ‘El concierto en Sol’ [1931, posterior al Bolero]. ‘Mi Concierto está terminado, pero estoy lejos de ser yo mismo y podría quedarme dormido en el primer momento. Se me ordena descansar por completo; me tratan con sueros. Tendré que contentarme con dirigir a Marguerite Long el 14 de enero’. Escribía a Henri Rabaud (20/11/31), en aquellos días director del Conservatorio de París.
En los apuntes de Lola encontramos que desde el verano de 1933 empieza a presentar síntomas de una enfermedad neurológica.
Echenov relata los últimos años del compositor. Insomnio, fatiga, pérdida de movimiento en las manos, fases de amnesia y afasia. El autor de la novela nos dice que estaba perdiendo vocabulario, era incapaz de recordar como se escribía una carta y que miraba extrañado a los muchos admiradores que le tendían un papel y un lápiz en busca de un autógrafo.
En 1935, a propuesta de Ida Rubinstein, -seguimos con los apuntes de Lola- Ravel hace su último viaje por España y Marruecos, y a la vuelta, Ravel se retira definitivamente a su casa de Montfort.
Con diagnósticos diferentes, decidió operarse, para intentar abrir la espesa niebla que rodeaba su cerebro, y Ravel se sumergió en una dulce agonía de ocho días, tras la que murió el 28 de diciembre de 1937. Tenía 62 años. Está enterrado en el cementerio de Levallois Perret, distrito de Nanterre.
La velada tras algunas preguntas e intervenciones se disolvió a las 20:20, con geles y mascarillas, cumpliendo las recomendaciones sanitarias.