A falta de lo que nos diga Aranzadi, el lavadero que hemos reconocido en la erreka Pakea, aguas arriba del estanque que se forma en remanso gracias al pequeño puente que hace de presa, responde a una concepción clásica de fregadero. La construcción se divide en dos pilones: uno, el de abajo, para enjabonar y, otro, el del lugar algo más elevado, destinado a aclarar la ropa enjabonada. (El jabón utilizado era hecho en casa con sosa y grasa). Este es un lavadero antiguo y las mujeres lavaban de rodillas; con el tiempo se construyeron de forma que se pudiese lavar de pie.
El lavadero, además de un sitio de trabajo, era el punto de encuentro y de tertulia para las ‘casheras’ del barrio -en el caso que nos ocupa- . Un universo propio, un espacio heredado, de madres a hijas. Las mujeres, allí reunidas, cantaban, contaban historias y se ponían al día de los sucesos de la vida cotidiana y también provocaban a su vez nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad, como ya dijo Saramago “las conversaciones de las mujeres mueven el mundo”.
[Saramago, octubre 2019, ‘Literatura en Aiete’ dedicada a Premios Nobel].
Las mujeres se reunían a lavar la ropa a la orilla de la erreka ya que en las casas no había agua corriente. Salían por la mañana y en más de una ocasión pasaban allí casi todo el día. Llegaban andando desde sus ‘baserris’ acarreando sus barreños de ropa sucia. Para lavar directamente en el arroyo llevaban una tabla llamada losa con adornos y hendiduras que facilitaban el restregado de la ropa. Este artilugio ahora se ha puesto de moda por el encarecimiento de la instalación eléctrica
El lavadero de la erreka Pakea está cerca de la arboleda, que servía para tender y orear la ropa.
Las ‘casheras‘ más veteranas recuerdan que había mujeres que hacían el trabajo de ‘lavanderas’, para hoteles, como el Londres o el María Cristina, o restaurantes, como el de ‘Casa Nicolasa’. ‘Hacer la colada’ era una faena muy dura
Tenemos el testimonio de ‘casheros’ del barrio; nos dicen que a mediados del siglo pasado estos lavaderos dejaron de ser necesarios para hacer la colada y pasaron a ser utilizados como albercas para las vaquerías de la zona
Ahora los lavaderos que no se usan se han convertido en una joya de la arqueología de los pasado siglos y, en ocasiones, en campo de juego para las criaturas
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