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“La tierra de los ratones” es una fábula política, inspirada en el discurso de Tommy Douglas (1904-1986), político socialdemócrata de Canadá, originalmente contada por su amigo Clare Gillis y que adaptaría, en forma de corto de animación, su nieto, el actor londinense Kiefer Sutherland.
Quizás haya pocos ejemplos más interesantes, que esta fábula animada de poco más de cinco minutos, a la hora de ilustrar los riesgos que corre una democracia cuando queda reducida, únicamente, a introducir una papeleta en una urna de cristal, sin más movimiento que el giro automático de muñeca, hacia el centro, hacia la derecha o a la izquierda.
Una foto fija que dura cuatro años. Un fotograma, que solo se mueve cuando hay elecciones, en la cámara lenta de un cine “dogma” con pinceladas de “dogmatismo”. Y esto no hay Lars Von Trier que lo resista.
“Un, dos tres. Caravín, caraván. Y vuelvo a mirar”. ¿Y siguen los mismos, y nadie se va?”.
“Un, dos tres. Caravín, caraván. Parece que algo cambia ¿para que el resto siga igual?”.
Y continúo parado, viéndolo todo, sin hacer NADA. Solo espero a que pase el tiempo para reencontrarme de nuevo con mis sentidos: El sentido común, el sentido crítico, el más difícil aún, el autocrítico. El sentido del verbo, el sentido de la UTOPÍA, el sentido del movimiento, el sentido del “día a día”. El sentido que da sentido a toda una vida. El sentido de cada sentimiento.
Ya me queda un poco menos, un paso más y lograré tocar la pared. Así es el juego. Las últimas noticias dicen que la pared ha sido recalificada y deberemos pagar por nuestro derecho a “jugar”. Porque, por si no nos habíamos dado cuenta, estas son sus reglas y las cambian, cuando quieren, si decidimos seguir quietos, esperando.
Es cierto, la democracia es «el gobierno del pueblo», pero en algún momento algo pasó y cambiaron las tornas. Te han visto “moverte” y te obligan a retroceder: En derechos, educación, sanidad, justicia social; si eres refugiado, inmigrante sin papeles, dependiente…Te prefieren quieta. Tenían miedo de que llegaras demasiado lejos.
Te han visto «moverte» y te obligan a retroceder y empezar de nuevo. Ahora solo queda decir: “Ni un paso atrás”, para seguir avanzando.
UN LUGAR COMO OTRO CUALQUIERA
En Mouseland los ratones también esperaban que los gatos defendieran sus derechos, pero olvidaron que a los gatos no les gusta el queso. No sé hasta qué punto deberíamos extrañarnos, pues son eso, gatos. Unas veces visten de negro y otras lo hacen de blanco, pero, no lo olvidemos, son gatos al fin y al cabo.
Mouseland es un lugar como otro cualquiera. Podría ser, incluso, el lugar donde vives, si eres ratón. Unicornios azules también los hay, pero eso es otra historia.
También hay un parlamento donde los ratones eligen a sus representantes para que, durante cuatro años, decidan en su nombre. En su nombre toman las decisiones y lo hacen “por su bien”.
Y es cierto: Por el bien de los gatos. Gatos con forma de banco, gatos con forma de Troika, gatos con forma de desahucio, gatos que han “perdido las formas”. Gatos con forma de cepo para ratones. El “slogan” de su campaña siempre es el mismo: “Te la daré con queso”…
El color con el que los gatos se visten por aquí. ¿Lo adivinas?
GATOS Y RATONES
No te creas, no es nada fácil ser ratón hoy en día. Pero, desde hace demasiado tiempo, sucede algo curioso en el mundo de los ratones. Que siempre acaba siendo elegido ¿Adivinas? ¡un gato!, así es…Claro, quizás pienses lo extraño que, a primera vista, resulta que los ratones acaben eligiendo siempre un gobierno de gatos. ¿No hay ratones que asuman este reto?
Últimamente han aparecido nuevos colores en esta ratonera del “callejón del gato”, donde vivo. Aún no distingo muy bien si son gatos pardos, si son ratones. Si son gatos disfrazados de ratones. Si son ratones coloraos, o sagutxus (ratoncitos) del pueblo.
De entre todos se oye sobre todo a uno con una idea quizás nueva, quizás no tanto, quizás contada de otra manera, o quizás descontada para un nuevo cuento. La idea es más bien una pregunta tan sencilla, que muchos pensamos por qué no se nos habría ocurrido a nosotros. Pero con este tipo de ideas casi siempre pasa eso.
Empezó a decir: “¿por qué elegimos siempre un gobierno formado por gatos? ¿Por qué no elegimos un gobierno formado por ratones?» y recordó cómo algunos que habían sido ratones, con tanto maullido, se habían convertido en gatos. Una “metamorfosis” que no había hecho más que confundir y enredarlo todo, legitimando la “gatocracia”. A otros les acusaba de ser cobayas de laboratorio, o de dar y dar vueltas a la «dialéctica del carrusel» sin llegar a ningún lado. En fin…
“Un, dos tres. Caravín, caraván. Y vuelvo a mirar”. Y aún no se lo que veo. La verdad, reconozco que quizás sea culpa de mis gafas, siempre desenfocadas.
Y tú, ¿cómo lo ves?