El hechizo de las «Las escaleras de Chambord» y el conocimiento de la figura de Pascal Quignard, paso a paso, fue desvelado por la dinamizadora las tertulias del barrio
Era la primera velada en los encuentros literarios de esta nueva época de los ciclos de Literatura y Cine en Aiete,
Lola Arrieta, una vez más, pero esta de forma extraordinaria, conquistó al numeroso grupo de seguidores de sus tertulias -en esta ocasión, 75 cuadernos repartidos-. Ella no dejaba de sorprendernos los primeros jueves de cada mes en la casa de cultura de Aiete. En esta ocasión prendió en la sala un ambiente de encantamiento y de ilusión con el libro y el autor objeto del análisis. Estos encuentros literarios ya van ‘destripando’ 150 novelas y películas; nuestra presentadora, consigue estimular a fondo el interés de la concurrencia por la novela analizada, y si no se ha podido tener en la mano, por el propósito de leerla.
En esta ocasión lo hizo no sólo para animar a los rezagados, sino descifrando una de las claves de esta novela de Quignard. Y planteó una estrategia de lectura que persuadió a la sala: leer el primer capítulo de la novela -en él están las principales claves de la novela- y, después, los dos últimos, en los que se muestra el desenlace. Aseguró que tras hacer este sorprendente ejercicio el interés por la lectura crecerá exponencialmente. Luego descubrimos que esa idea está adentro de «Las escaleras…”, en la intención de Quignard
Un clásico de estos encuentros es que la protagonista dedique una hora al autor, en esta ocasión a Pascal Quignard, y el siguiente tramo a la novela elegida para la tertulia
El autor (brevísimo resumen)
Pascal Quignard nació el 23 de abril de 1948 en Normandía
[Citó a otros autores que hemos estudiado en estos encuentros con la literatura, y que son de origen normando, como Pascal
Gustave Flaubert, en febrero de 2011 tuvimos en tertulia su novela «Madame Bovary»; Guy de Maupassant , el 15 de abril de 2010 “Les Chemins du Plaisir”, tertulia en el Topaleku; Marcel Proust porque pasó parte de su vida en Cabourg, una ciudad costera en Normandía, 8 Octubre de 2015, “Unos amores de Swann”]
Pascal nació en una familia de músicos. (Tiene pues 75 años, como varias de los personas asistentes, decía Lola en clave del humor habitual en sus presentaciones)
Subrayó que se convirtió en colaborador de la editora francesa más conocida: Gallimard, luego en miembro del comité de lectura y más tarde en secretario general de desarrollo editorial.
Escribe ensayos, novelas, cuentos, óperas. Vive en París y cerca de Sens, donde tiene tres pequeñas casas (una para tocar música) .
Esta producción extraordinaria del autor ocupó la mitad del cuaderno que reparte la organización de estos encuentros entre las lectoras asistentes
Escribe también ‘Pequeños tratados’ informaba Lola. Uno de ellos ‘El nombre en la punta de la lengua’ (1993), y, que la monitora nos decía, arroja luz sobre la trama de ‘Las escaleras de Chambord’
La novela
Lola pulsa el sentir de las lectoras y lectores que acuden a estos encuentros y la impresión mayoritaria de los ‘encuestados’ sobre ‘Las escaleras…’ es la sensación una lectura difícil por la abundancia de la historia. Y, en aparente contradicción, ella, en estos casos, aconseja seguir la tentación de ir directamente a leer el final del libro cuando la lectura de la novela se atraganta.
El don de esta novela está en la lectura al final. Al releer la novela se descubre el carácter indicial de elementos que no llaman la atención durante la primera lectura.
Algunos recortes de la presentación que hizo Lola el pasado jueves 5:
En Amberes, en París, en Londres, en Roma… un hombre siente pasión por las cosas pequeñas. Tiene cuarenta y seis años. Su nombre es Édouard Furfooz. Ha creado una red de pequeñas tiendas de lujo en Europa donde vende objetos en miniatura, muñecas, tapas de cajas de rapé y juguetes antiguos.
De repente, en plena primavera, un recuerdo interfiere en su vida -Lola subrayó el tiempo de la novela, de primavera a primavera, y la primavera misma como protagonista-. Aunque realiza múltiples viajes: a hoteles, a aeropuertos, a estaciones de tren, el recuerdo de una niña le tiene siempre alerta. Rompe con la mujer que ama. Encuentra a la anciana tía que una vez lo crió y lo instala en una pequeña casa ubicada en la reserva del parque de Chambord, organizando el jardín. Crea una boutique en Nueva York. Se enamora de una joven muy hermosa, Laurence. Se involucra en una pelea a muerte con un antiguo amigo, un hombre de negocios mitad japonés y mitad siciliano, Matteo Frire.
Edouard Furfooz busca el sentido de su vida.
Aprendemos sobre él a través de
– su profesión: colecciona objetos pertenecientes a la infancia
– sus gustos muy heterogéneos:
“Le encantaban los niños, las flores cortadas, el sol, los nombres amargos de cervezas poco conocidas, la ropa de abrigo, los cuadros de botones y los coches de juguete. »
– sus relaciones románticas y profesionales:
“Dejó a Francesca mientras dormía. Llamó a Nueva York, donde pretendía adquirir una tienda. »
– la forma en que ve a los demás, en particular a las numerosas mujeres con las que mantiene relaciones románticas:
“Laura (…) tenía veinte años. Ella era muy bella. Llevaba una falda de lino verde mar que, a la luz de fondo de la tienda, parecía una falda de hada: una falda de helecho vagamente transparente. Amaba los seres oníricos, los fantasmas, las hadas. »
– por la forma en que lo miran las mujeres:
“Ella [Francesca]… Despreciaba su costumbre de rodearse de multitud de objetos, cada uno más pequeño que el anterior. Se dijo que quizás a él no le gustaban las mujeres, que quizás no le gustaban los seres vivos. Sólo le gustaban los pequeños objetos mecánicos. Sólo le gustaban los trenes, los aviones, los coches. »
De hecho, a lo largo de doscientas cincuenta páginas, Édouard se define no por su historia sino por su relación con un cierto número de motivos obsesivos que marcan su vida; entre estos motivos podemos citar el del helecho, la espesura, la infancia, el cabello, el sueño y el sol, la miel, el mar, el ahogamiento de Hugues, el silencio, el agua, la humedad, el ADN, la doble espiral del Escaleras de Chambord, manos, flores. El personaje de Édouard no tiene unidad. Lo que lo caracteriza es la búsqueda de un elemento faltante en el rompecabezas de su vida.
El sentimiento de vacío persigue a Édouard desde las primeras páginas :
“No sabía lo que buscaba y por eso lo buscaba. Y supo que estaba mirando. Siempre era él quien buscaba desesperadamente algo en la espesura, en los desvanes, en las salas de ventas o subastas. »
Esta investigación se parece mucho al psicoanálisis destinado a recordar un pasado olvidado que parece agobiar el presente.
Lola citó y proyectó una foto de William James, fundador de la psicología funcional. [Nueva York, 1842-1910; filósofo y psicólogo, Universidad de Harvard, profesor de psicología. Era hermano mayor del escritor Henry James que hemos tenido varias veces en tertulia, junio 2012 y 2017, entre otras]
Varios elementos (objetos, colores, sensaciones táctiles) funcionan como la pequeña magdalena de Proust -citado más arriba- y contribuyen a la lenta aparición de recuerdos al principio muy vagos y luego cada vez más precisos.
La presentadora puso una especial fascinación por un pasaje donde aparece el pequeño pasador de la ranita azul, una imagen similar nos mostró pantalla (no sin recordar que hoy en internet se puede encentrar todo)
“Casi pisó un pequeño pasador infantil azul, de plástico, que representaba una rana. Él permaneció sin palabras.(..) Sentía que una especie de secreto absoluto estaba a dos pasos de él »
Este episodio del pasador azul es el primer eslabón de una cadena de recuerdos que poco a poco afloran en la memoria de Furfooz a través del azar de su vida y de sus encuentros.
Fue en la gran escalera de Chambord -foto y comentario de esta doble escalera helicoidal- donde recordó a la niña por primera vez; Pascal describe un bellísimo pasaje, citando a Leonardo da Vinci y cómo poco a poco el recuerdo se va aclarando. Así emergen sucesivamente del olvido la trenza negra, el vestido azul, los zapatos altos amarillos, los ojos que se entrecierran, la sensación de la mano, el jardín de Luxemburgo, la visión de la espalda mientras toca el piano.
Nos recordaba Lola que Édouard, en el avión que lo trajo de Nueva York a París garabateó nombres durante horas. Su pensamiento vagaba hacia Francesca en la casita de la carretera de Impruneta, hacia Laurence, hacia la tía Otti y hacia Roza, siempre más o menos borracha, y hacia Adri que escribía en el vacío.
En una hoja de papel, en medio de las columnas de números, anotó estos nombres que Lola mencionó: Francesca, Laurence…
Miró los nombres que había escrito mecánicamente, los nombres de pila de las mujeres a las que había dejado ir hacía apenas un año. La lista no era infinita. Francesca, Otilia, Roza, Adriana…
‘Y en ese momento, de repente, mientras pensaba estos nombres, fue a la letra inicial; lentamente y, en medio de una intensa emoción, casi con indiferencia, leyó las letras iniciales de estos nombres en vertical. Se sonrojó lentamente. Encontró sus rasgos faciales vivos cuando encontró su nombre’.
El resultado: se acordó del nombre de la niña [Lola hizo la revelación del nombre, avisando del spoiler…y se les recuerda a los que no han terminado de leer la novela o no la han empezado]
Su nombre era Flora Dedheim. Fueron juntos al colegio de la calle Michelet.
Flora es la figura femenina que subsume a todas las demás. Hemos visto que las diferentes mujeres con las que Édouard está en contacto (Francesca, Florence, Laurence, Ottilia, Roza, Antonella y Adriana conocida como Adri) tienen un nombre que comienza con una de las letras de «Flora».
Si releemos la novela desde esta perspectiva, nos daremos cuenta de que todas las mujeres, incluida Flora, están conectadas con el agua, el oro, la luz (el aura).
La conductora evocaba también, en este tramo de su charla, imágenes trágicas: Edouard es de Amberes (que significa mano cortada) y vive con la sensación permanente de una amputación. La explicación aparecerá al final cuando descubramos que fue necesario extraer del puño cerrado de Flora mechones de pelo negro y la ranita del pasador azul, que formaba parte de su mano. Al arrancárselas, es una parte de sí mismo la que le ha sido arrebatada.
Encontramos muchas expresiones fijas como «poner la mano», «poner la mano a cortar», «tomar la mano», «apretón de manos», extender la mano… Laurence tiene una mano sublime… No podemos olvidar que la mano es la parte del cuerpo ligada a la escritura, el instrumento de la revelación final.
Parece que esta novela conduce al lector, más allá de las lecciones de vida y de lectura, a una reflexión más general sobre la relación con el lenguaje -de aquí también la oportunidad de traer a William James.
Pero la presentadora también dio a las personas que escuchaban admiradas una lección de lectura: debemos hacer como Édouard, leer verticalmente lo que está escrito para comprender lo que está oculto, cifrado en el texto.
Esto significa -continuaba- que cuando Édouard llega al final de su búsqueda y de su aprendizaje, el lector no se encuentra al final de su viaje. Al contrario, las últimas páginas le dan la posibilidad al lector de releer el texto si quiere comprender cómo, a partir de Flora, se constituyen la arquitectura, los ritmos y las connotaciones que fundamentan la literalidad del texto. Y varias de las personas asistentes, emocionadas y satisfechas, terminaron la velada con este convencimiento