Hay una novela, Retorno a Brideshead (Brideshead revisited), del inglés Evelyn Waugh que dio lugar a una exitosa serie de la BBC, allá por los albores de los 80 del siglo pasado. El protagonista, el capitán Charles Ryder (Jeremy Irons en la serie), que había pasado temporadas vacacionales de gozo en su juventud, vuelve a aquel aristocrático palacio británico durante el tiempo de la II Guerra Mundial, y ve la muerte de algunos de sus habitantes, y la decrepitud y decadencia de las estancias y los jardines, tan esplendorosos en su recuerdo.
No fue esta mi experiencia en mi retorno a Katxola. Recuerdo que cuando escribí mi libro Aiete. Caseríos, casas y familias (2016) pusimos en la contraportada una foto sacada por Felix Pérez Carrasco, en la que posamos delante del caserío nuestra querida Mari Carmen Illarreta, Begoña Egurrola y el que esto escribe. Así que la experiencia de la vuelta en esta tarde soleada del 9 de octubre de 2023 tenía algo de especial.
Todo conducía a un déjà vu particular. Tras cinco años de asueto como jubilado, había vuelto a la Facultad de Antropología de la EHU-UPV. La amiga Aitzpea Leizaola me había pedido hace un mes si estaría dispuesto a dar una clase sobre el caserío a los alumnos del Master de Antropología. Me sugirió también, además de la clase teórica, una visita a un caserío de la zona. Le pedí su opinión sobre la visita a Katxola, que le pareció muy oportuna.
Así, tras una clase de dos horas en el aula, una veintena larga de alumnos capitaneados por mí, emprendimos el ascenso a la colina de Aiete. Tras una media hora larga de subida fuimos recibidos con toda la alegría y la poesía imaginables. En el etxeaurre estaban los amigos Begoña Egurrola y Juan Carlos Berzosa, que nos recibía alborozado con una trikitrixa.
Katxola, a diferencia de Brideshead, estaba magnífica. El sol vespertino de otoño le daba un tono acaramelado a sus sillares. La arenisca de Igeldo nunca defrauda con la luz. El césped verdeaba intensamente gracias a las abundantes lluvias veraniegas. Katxola rebosaba en salud y luz. Parecía la morada de Hansel y Gretel.
Juan Carlos, que estaba sobre aviso, nos saludó con su atrezzo particular de baserritarra e impartió una clase de cerca de una hora sobre Katxola, Aiete, San Sebastián… Todo un contexto para el caserío.
A continuación, ya en su interior, su lección se tornó hacia la manzana y la sidra. Los alumnos, alumnas en su gran mayoría, atendían embobados a su discurso. El cénit llegó cuando se puso en marcha el lagar eléctrico del viejo Munto. La txalaparta sonó al poco y una alumna le ayudó en el percutir de los tablones sidreros. Fue una apoteosis casera.
Los graduados antropólogos no daban crédito a aquella performance, tan antigua, tan moderna. Aquellos alumnos y alumnas procedentes del país, pero también de otros puntos de España e, incluso, del otro lado del charco, creo, quedaron embobados por las explicaciones, la ilusión y la entrega de Juan Carlos. Como respuesta, contestaron con un clamoroso y largo aplauso.
El sol se escondía por Arratzain. Había sido otro hermoso día de este otoño que parece un verano interminable. Begoña, Juan Carlos y el que firma dimos por finalizado el día con una bebida, que no fue sidra, debajo de los plátanos de Miralles. Otro día le tocará al txotx. ¡Aúpa por Katxola y Lantxabe!
Pedro Berriochoa Azcárate
[Aitzpea Leizaola autora de las fotos].