Hace unos días se cumplió un año del genocidio que Israel perpetra en Gaza. Con plena complicidad de las grandes potencias coloniales y desoyendo las innumerables resoluciones emanadas tanto de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, así como de los mandatos del Tribunal Internacional de Justicia y de las sentencias de la Corte Penal Internacional, el genocidio continúa siendo transmitido en tiempo real.
Asimismo, y en pleno ajuste con los criterios del espectáculo informativo contemporáneo, durante los últimos meses el irrefrenable ímpetu genocida del sionismo ha desplegado su criminalidad a otras latitudes de la región de Asia occidental y central. Como si Israel devastadora consignase en su frente la advertencia de “lo peor siempre puede ser peor”, la sed expansiva de la ideología sionista poco a poco va desatando diversas intensidades de criminalidad contra los pueblos -y también los gobiernos- que solidarizan con la digna resistencia expresada por el pueblo palestino. Los territorios de Yemen, Líbano, Irán, Siria e Irak, hoy se encuentran asolados ya no sólo por los múltiples dispositivos imperiales ejecutados por y desde occidente, sino por la herrumbe militarista de un sionismo que cada vez se distingue menos y se mimetiza más con el término genocidio.
Lo peculiar -e insoportable- es que hoy esto lo sabemos todxs. No sólo lo vemos; lo sabemos. No se trata de una creencia o de una hipótesis que requieran ser justificadas. Al contrario, sabemos, ya sea con la certeza de la convicción o con la negadora y elusiva cobardía que sucede al sufriente terror despertado por la monstruosidad de lo real, lo implacable de la verdad: que mientras yo escribo y usted lee, el genocidio continúa.
Palestinxs de todas las edades son desmembrados hasta su borramiento, desfigurados hasta lo irreconocible; palestinxs, niños, ancianos, mujeres, padres, arden en hogueras supremacistas donde hierve de orgullo el resentimiento sionista.
Desde hace un año hemos venido sintiendo los horrores de esas latitudes, sabiendo que -ahora mismo, en este mismo instante- continúan acrecentándose, tomando forma y deformándose, trastocando los rostros palestinos (libaneses, yemeníes, persas, sirios, árabes, populares y, por eso mismo, palestinos) hasta lo inimaginable, hasta lo irrepresentable e irreconocible: hasta hacer que los pueblos del mundo se vuelvan (a) Palestina.
Pero no. No sólo estallan los cadáveres de niños sin dioses ni escuelas; no sólo se escombran las paredes de unas mezquitas cuya más divina naturaleza consiste en no refugiarse en la apacible eternidad de los cielos; tampoco se trata únicamente de hospitales que, haciendo carne la máxima de su espíritu, hoy hospedan incondicionalmente la dignidad palestina de la cual la humanidad carece. Todo eso lo hay, horrible e incuestionablemente. Insoportablemente. Pero no sólo hay eso: no sólo hay genocidio, y la lástima y las peticiones humanitarias asociadas. Además de genocidio hay resistencia. O mejor: sólo porque hay resistencia en dignidad existe, desde hace 76 años y con diversas modalidades e intensidades, genocidio sionista contra Palestina.
En cada mártir la resistencia palestina transmite su sufrimiento y determinación, su rabia y su amor por la vida, en el mercado equivalencial de las culpas, de los reconocimientos y del victimismo: lxs palestinxs, al contrario que muchos judíos devenidos sionistas, no son ni “buenas víctimas” ni se han convertido en “víctimas absolutas”.
En cada mártir están todos los mártires, quienes hacen de la lucha y la justicia un hábito, una manera de ser, de pensar o sentir, una conducta, carácter, temperamento, un habitar en el camino a lo común de lo porvenir, una poética de la tierra enrizada a los pies de los desterrados. Por ello, en el mismo seno de invisibilidad que rodea sus muertes, al interior de aquel horror sin afuera en el cual agonizan los ojos volteados de cada niño, más acá de lo irremediable y de lo irremediablemente invisible, de lo insoportable e inabarcablemente invisible, también destella, cuan espejismo puesto en materializable tensión, su resistencia a la totalidad invisibilidad.
En los mártires vibran las palpitaciones de una imaginación doliente e indignada, pero, por lo mismo, capaz de activar, desde la oscura aceptación de una muerte no buscada (nunca de una muerte yihadistamente utilizada) por los mártires, la potencia afectiva de la sublevación popular.
Aldo Bombardiere Castro
Filosofía, Política
Queríamos saber lo que pasa en Palestina…. – Aieteko Bizilagunen Elkartea